Me acuerdo del color orgánico que vislumbraban tus famélicos brazos alrededor de mi cuerpo inerte y olvidado.
Me acuerdo del pálpito de un corazón atascado en el cuello... palabras sin digerir, temblores unánimes.
Me acuerdo del baile de sus dedos sobre mi piel desnuda, el sinsabor de una victoria agridulce en la fuente de mis labios agrietados.
Me acuerdo del desvariar de mis sentidos más elocuentes, la ingenuidad con la que arrastré los pies descalzos por senderos escarpados e inhóspitos.
Me acuerdo de tu andar inalterado, de tu sonrisa lánguida al trotar por mi lado con el sol a las espaldas.
Me acuerdo de tu singular concordancia, de la vasta oscuridad latente que cayó sobre ti la noche que te vi partir en ascuas.
Me acuerdo del exuberante aroma de tus cabellos desaliñados, el abrazo arraigado de tu seno turbulento y precipitado.
Me acuerdo del intransigente delirio que me abordó en el alba de un amanecer indistinto, unánime, poco elocuente.
Me acuerdo de aquel deslice de tus dedos machucados por sobre mi piel tensada, una turbulenta línea de sudor en tu sexo.
Me acuerdo del inconmensurable cansancio del que fui materia para los decibeles de mi fortuito lamento arcaico, lunático.
Me acuerdo de la tempestad candente que arraigó el seno de mi cuerpo cuando el verbo se te fue hurtado.
Me acuerdo del testimonio de mis memorias perdidas, la duda escarpada en el arrecife de mis abruptas debilidades.
Me acuerdo de la sin sazón en la cuna empinada de tus labios resecos, el desborde de tus palabras rancias, furibundas.
Me acuerdo de la sinfonía unísona de los grillos en la noche, el frágil musitar de una ciudad en vela que no aguarda espera.
Me acuerdo de su tediosa e irritante presencia, el cavernoso sonido de sus alas sobrevolando como desquiciada.
Me acuerdo de la trasnochada, del bullicioso traqueteo de las manijas y la escasa luz de la luna... aires benevolentes.
Me acuerdo del exquisito aroma a amapolas, la imagen inadvertida de tu piel desnuda y olvidada sobre un campo allanado a la espera del sesgo matutino.
Me acuerdo del peso colosal sobre mis córneas, el de los huesos arraigados a la carne, del respingo de anhelos baratos al amanecer.
Me acuerdo de la sudoración excesiva a través de mis poros desnudos la noche que te vi caminando en bolsas hacia el borde la de cama.
Me acuerdo del cenáculo abarrotado en tus ojeras mal intencionadas, la aurora de un día benevolente y fortuito.
Me acuerdo de tu risa educada por la calle cuando te decía las respuestas más descabelladas y tiranas, insensible a tus oídos.
Me acuerdo del intransigente sudor bronceado de tu piel expuesta, el sabor a bicarbonato extraído de una vid reseca y amargada.
Me acuerdo de la fragancia tostada a canela impregnada en las paredes de un vestíbulo con la caída del un sol al descansar.
Me acuerdo del borboteo musical, de la presión desmesurada en el pecho... una vasta respiración aleatoria.
Me acuerdo de la sinfonía gutural de una congregación abarrotada tras el recinto dominical.
Me acuerdo de la tensión descomunal, el vaivén de los dedos enclenques, sobre un asfalto precipitado... tribulación distante.
Me acuerdo del canto ineludible de las aves, el socavar del petricor de una mañana tardía... Aquel sosiego lejano.
Me acuerdo del exhorto, un presentimiento anunciado a la caída del cedro viejo... Otoño perenne en la piel coagulada.
Me acuerdo de la pérdida eludida, el sinsabor entre las grietas de tus labios, una mirada empañada en caos.
Me acuerdo del bullicio altanero, del deseo limítrofe entre dos cuerpos exhortados.
Me acuerdo de ser un reservorio de recuerdos, tragos amargos, besos pecaminosos, sexo intransigente, tempestades carnales, y un sinfín de benevolencias.

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