Ambivalente: que presenta dos interpretaciones o valores opuestos entre sí al mismo tiempo.
Advierto de su intrusiva presencia poco antes de cruzar el asfalto. Ni siquiera su caldosa compañía bajo los álgidos confines de la noche evita que la espiral ambivalente inicie su curso. De todos modos, intento una vez más engullirme en la fragancia castaña de sus cabellos lacios y el aroma a flor de loto que despide su piel bronceada. No puedes evitar esto por siempre. Le dibujo una sonrisa en forma de media luna, fingiendo estabilidad, pero no puedo negar que la tensión que encuentro en sus ojos es real, preocupante. Sabes lo que tienes que hacer. No ahora, por favor. Ya estamos a pocos metros de ahí. No hoy. Si no lo haces, alguien morirá. Eso no sucederá, es ridículo. Podría ser ella. Mis pies se arrastran por el asfalto separado por las líneas desdibujadas y evito pisar una de ellas. La punta de mis pies se tambalea. Ivonne me queda viendo, como si acabase de recordarle algo gracioso. Bien, ahora sigue con el otro, no te detengas. Meto mis manos en los bolsillos para disimular mi tembladera. Fíjate muy bien por donde vas. Echo un vistazo furtivo a mis pies sobre el suelo y me percato que la punta de una de mis zapatillas está a punto de chocar contra una de las siguientes líneas. Me detengo y evito su roce. Ivonne me mira atenta, como si estuviese siendo testigo de un estúpido accionar.
— ¿Acaso evitaste pisar la línea?—me pregunta, extrañándose un poco, envuelta en un mohín de gracia. No se burla, solo le causa gracia.
No sé sí debería contestarle. Estoy emergida en mi misma y quiero no estarlo. Lucho por elevar la mirada y contemplarla justo a los ojos y perderme en el color acogedor de sus océanos. No dejes de mirar. Alguien morirá por tu culpa si tocas una sola línea. De no ser por el frágil sonido y poco perceptible del viento, el paso de los autos viejos, o la oleada distante del mar, el silencio nos engulliría por completo. Quizá todo esto fue una mala idea. Quizá no debí aceptar desde un principio. O quizá debí ser honesta desde que nos abrimos la una a la otra. Su aroma. Necesito de su aroma. ¿Segura que no has omitido ninguna de las líneas? Sí, estoy segura. ¿Y si regresas para asegurarte? No lo haré. ¿Sabes lo que está en juego si no lo haces? No he pisado ninguna bendita…
—Nadja—su voz cantarina me salva. Siempre me salva—, ¿estás bien?
Una de sus manos presiona contra uno de mis hombros tullidos y me detengo, aunque la espiral de mis pensamientos parece seguir su curso. Ambos pies se detienen justo exactamente antes de tocar la siguiente línea. Una sacudida me absorta de la realidad intangible. Sigo el sonido de su voz. Me lleva hasta sus interminables ojos marrones. Me sostiene en el aire y me arropa con el calor de su propio ser. Soy de ella y para ella. El corazón me late mucho más de lo normal. Debería ocultarlo. Más supongo que ha entrevisto de su sinfonía cardiaca desde que coloco la yema de sus dedos por sobre mi hombro. No digo nada por unos largos segundos que se sienten eternos. Nuestras miradas hablan por nosotras y se dicen algo, o se advierten de una señal, o un pensamiento que olvidé ocultar.
—Siento que te intimido un poco—me bromea; se ríe un poquito.
Acto seguido, se lleva las manos a los bolsillos de la chaqueta y sigue sus pasos, imitándome, asegurándose de que es bastante evidente que, al igual que yo, está evitando pisar las líneas del asfalto. Sigo el contorno coqueto que se esboza por encima de sus labios finos y pequeños y voy detrás de ella. Iniciamos una competencia genuina entre las dos y mi rostro ya no trasmite zozobro; sin embargo, se moldean las mejillas coloradas y me produce tocarme el pecho, atenta al desborde de alegría que recorre mi pecho. Su rostro trasluce divina debajo de la vasta luz de la luna y me atrevo a confesar que hay espacio en sus ojos para la presencia del sol. Ivonne es primera en cruzar el asfalto plagado de líneas que lo separan. Me espera del otro lado arreglándose los mechones ululantes que le sopla el viento nocturno. Y una vez que consigo llegar hacia ella, me recibe con una sonrisa tan placentera que quiero besarla en ese mismo momento.
No puedes. Le contemplo los labios. ¿Acaso no has pensado en los gérmenes que posee? La redonda luz de luna nos engulle los cuerpos inertes. Ni siquiera lo pienses. Para ya, por favor. Deja de arruinar ese momento. Ivonne me mira fijamente, como si en mí encontrara todas aquellas piezas que le hacen falta al rompecabezas de su vida. Hago lo mismo que ella en un afán de controlar mis pensamientos. No pueden contra mí. No pueden ser más fuertes. Tengo que ponerle empeño. Ivonne ladea un poco la cabeza hacia mí y eleva uno de sus brazos. Sigo su movimiento sigiloso hasta que sus dedos pequeños alcanzan mi cabello, rozando la piel desnuda de mi oreja derecha. Su roce se siente vivo, tibio, penetrable… Has dejado que te toque. Cierro un poco los ojos y me permito sentir más allá de la espiral. Asegúrate que no te haya dejado algún germen. Eso es ridículo. Pero muy probable. No sucederá. ¿Acaso quieres pescar una bacteria? Para ya, por favor. Detente.
No puedo evitar el impulso de imaginarme ahora, en un baño, restregándome la oreja con desinfectante, justo ahí donde Ivonne acaba de tocarme. Vamos, ve y desinféctate. Es una locura. Fíjate que en el teléfono qué germen puede haberte impregnado. No, es estúpido. Todo esto es estúpido. Cállate ya. Ivonne aleja su mano de mi cabello fosco por el viento y tengo tanta culpa de quedarme callada. Me siento tan culpable de hacer de esta noche un escenario hostil y soso. No obstante, la mirada de Ivonne sigue tan intacta y enamorada desde el primer minuto que me pregunto cómo puede prevalecer entre tan incertidumbre, entre tanta zozobra intangible. Debo decir algo. Debo explicárselo ahora. Este es el momento. Ivonne se pone de pie con firmeza delante de mí y estira ambas manos, esperando que entrelace las mías. Mi corazón cuelga de un péndulo. La miro con cierto temor. Me está diciendo que me ama a la espera de mi afecto en el suyo. Quiere que la tome de las manos. Quiere pegar su frente contra la mía. Posiblemente quiere besarme. Dios, cuánto quiero besarla. Cuánto quiero tocarla. Cuánto quiero no solo entrelazar nuestros dedos, sino también nuestras almas.
¿Y los gérmenes? Saco mis manos fuera de mis bolsillos. ¿Acaso estás demente? La miro a los ojos. ¿Qué crees que haces? Estrecho mis manos buscando las suyas. No la toques. Está plagada de ellos. Me sonríe en complicidad y yo le devuelvo la sonrisa, como la primera vez que la conocí de pie, bajo la sombra de un árbol viejo. Podría matarte. Y finalmente, tomo sus manos entre las mías y presiono con fuerza, como si estuviese a punto de perderla. Ivonne se recuesta sobre mí y yo descanso mi cuerpo sobre el suyo; mis pensamientos, mis pesares, mi carga sobre los hombros. Su aroma es de mí, así como la suavidad de sus cabellos, la plenitud de su piel juvenal, el regocijo de su cuerpo y entrega. Cierro los ojos y poco escucho la espiral de los pensamientos. No quiero saber más. Tan solo deseo quedarme atada junto a ella. ¿Realmente lo he logrado? ¿Realmente he apagado la voz en mi cabeza? No lo sé. Tampoco deseo saberlo. Ni el próximo minuto. Ni el próximo segundo. Ni el próximo milisegundo. Regreso a casa, a ella. Y juro que jamás he encontrado mejor lugar que el de sus brazos. No figuro ninguna otra imagen que no sea la suya. El peso en mis hombros se desvanece. El tiempo deja de correr a lo loco. Olvido que estoy amordaza.
Por ahora.

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