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RUBICUNDO/A

Rubicundo/a: rubio que tira a rojo/dicho de una persona: de buen color y que parece gozar de buena salud.


El cabello de la abuela es tan manso que puedes empaparte en él, como si se tratase de un colchón de nubes esponjosas. Puedes drenarlo a través de tus dedos enclenques y sentir que cada minúsculo cuero cabelludo traspasa la carne viva. Puedes peinar con cierta dedicación de arriba hacia abajo y contemplar como los dientes del peine se encantan de su elocuencia. Sedoso, con una pizca de encanto rubicundo, sus finas delgadas líneas de cabello bailan por sobre mis manos rocosas y agrietadas. El cabello de la abuela es el mismo cielo divino que Dios encarnó en la tierra.


El cabello de la abuela es extenso; tan extenso que puedes creer que ha heredado dichosa longitud de un cuento de hadas o de una de fantasía. La nobleza con la que cada mínimo color que se destiñe, desde las raíces del cerebro hasta las puntas intocables, son un ensueño de cascadas humanas que con el tiempo se han cansado de mostrar una lucidez intensa. Peinar sus linces rubicundos es un privilegio; un privilegio que solo ella conoce, y adora.


El cabello de la abuela huele a distintos aromas y perfumes, una mañana puede oler a pétalos vírgenes de las rosas rojas de su jardín, por la tarde puede adherirse el aroma celestial de la tierra después de la lluvia, o incluso puedes percibir el aroma a colonia para ancianos que tanto palpita, que tanto penetra. De cualquier forma, recogido, suelto, detrás de una vincha, o atado en una cola de caballo, su olor traspasa los huesos y los vulnera al recuerdo de su ausencia futura. No solo muere su edén junto con ella, sino también sus paredes y sus fragancias perennes. El cabello de la abuela huele a paraíso y silencio impoluto.


El cabello de la abuela se ve rigoroso, como los pasos lerdos que aún transita. Sus colores son vastos y tan llenos de vida que en ocasiones te preguntas cómo era de joven. Con media mejilla cansada en su muslo, elevas las manos por encima de su cabeza y ella sonríe a través de los aros blancos de canas pasadas. Sabe que el tiempo le ha cobrado la factura, pero sigue siendo parte de él, al igual que sus manos arrugadas, sus ojos ensordecidos, sus piernas entumecidas, sus uñas desteñidas de un color morado. El cabello de la abuela guarda recuerdos, así como también verdades y momentos.


Al borde de la cama, alisa las manos por encima de su cabeza y parte desde las raíces. Y peina y peina y peina y vuelve a peinar, como en aquella canción de la Virgen María, junto a los peces en el río. Sus cabellos no son de oro, pero son de un rubicundo muy fino.




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